León Trotsky profetizó los errores de sus adversarios pero fue incapaz de reconocer los suyos
Por: Dmitri Bábich
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RIA Novosti

Hace 70 años, el 20 de agosto de 1940, fue asesinado León Davidovich Trotsky en su casa de Coyoacán, en México.
Trotsky hizo realidad una de las profecías de Dostoievsky: amaba tanto a la Humanidad que, por ella, estuvo dispuesto a acabar con la vida de millones de personas. Entre los muertos (estando todavía en vida) figuran dos hijos suyos, su primera mujer, sus hermanos, sus nietos…

Y no es que Trotsky les hubiera matado con sus propias manos; y no obstante, se le puede considerar responsable directo de sus muertes. Creó un sistema cuya subsistencia estaba ligada a la necesidad de matar. Creía en una especie de secta -con un dios- que justificaba el asesinato.

Y a esta cuasi-religión se mantuvo fiel hasta el final de sus días; hasta el mismo momento en que un asesino enviado por Stalin -su antiguo colega en el Politburó- le golpeó con un piolet en la cabeza y acabó con su vida.

A diferencia del mítico Rey Edipo, Trotsky no recuperó la lucidez moral antes de morir, lo que si pudo Edipo, que reconoció sus abyectos pecados y se arrepintió de haberlos cometido.

Tampoco parece que los millones de personas que todavía siguen los postulados de Trotsky han recapacitado, incluso en Rusia, donde existe un pequeño movimiento trotskista de izquierdas llamado «Adelante».

Y no creo que sea necesario proscribirlo o perseguir a este grupo: basta quizá recomendar a sus miembros hacer una mirada más atenta de su ídolo.

¿Por qué la figura de Trotsky sigue siendo atractiva? Seguramente porque, en el mundo actual, la historia de su vida parece que fue muy romántica: hoy en día es raro encontrar personas dispuestas a sacrificar a su familia por el bien de la Humanidad; más bien lo contrario: hay muchos dispuestos a hacer caer ciudades y países enteros para conservar el bienestar de la propia familia.

Si miramos a las cosas más de cerca, Trotsky sí que lamentó la pérdida de sus familiares a manos de Stalin; pero siempre se negó a aceptar la verdadera causa de sus muertes.
Es como si este hombre, dotado de una intuición y una inteligencia excepcionales, tuviera una especie un velo en los ojos y quedara completamente ciego para todo lo que contradijera la gran pasión de su vida: la revolución proletaria mundial.

Recientemente, los seguidores rusos de Trotsky editaron el libro Antología de la obra tardía de Trotsky, en la editorial Algoritm, especializada en autores controvertidos.
Precisamente en esos artículos que Trotsky escribió sobre el famoso Pacto Molotov-Ribbentrop se puede ver perfectamente ese «velo revolucionario» del que hablábamos. Pero antes merece la pena examinar la extraordinaria clarividencia de Trotsky al analizar todo lo que no tenía ninguna relación con la revolución misma.

He aquí lo que escribe Trotsky en el Boletín de la Oposición sobre el acuerdo entre la URSS y la Alemania nazi apenas una semana después de su firma, el 23 de agosto de 1939.
En un momento de evidente inspiración, el político escribe con la exactitud de un profeta:

«Los beneficios inmediatos que obtiene el Gobierno del Kremlin de esta alianza con Hitler tienen un carácter muy concreto. La URSS permanece al margen de la guerra… Al mismo tiempo, ese alejamiento temporal de la amenaza militar en la frontera occidental hace pensar en que ocurrirá lo mismo en la oriental, sin descartar un acuerdo con Japón. Es muy probable que, a cambio de Polonia, Hitler dé libertad de acción a Moscú en los países bálticos.

¡Qué clarividencia! Ya en septiembre de 1939 todas sus predicciones se cumplieron al pie de la letra: el acuerdo de la URSS con Japón y todas las repúblicas bálticas cayeron en manos de Stalin.
Se ve a las claras que el autor trabajó hombro a hombro con Stalin. Y las palabras proféticas de Trotsky continúan: cosas que 70 años más tarde algunos historiadores tratarán de hacer pasar como grandes descubrimientos.

«Las causas de la guerra están escritas en las insalvables contradicciones internas del imperialismo mundial. Sin embargo, la causa inmediata del comienzo de las operaciones militares ha sido la conclusión del pacto germano-soviético… Recordemos que, inmediatamente después de los acuerdos de Munich, el Secretario de la Internacional Comunista (Komintern), Dimítrov, hizo público -sin duda alguna por indicación de Stalin- el calendario de las operaciones de conquista de Hitler. Según este plan, la ocupación de Polonia, está prevista para el otoño de 1939. Después vendrán: Yugoslavia, Rumania, Bulgaria, Francia, Bélgica… Por último, en el otoño de 1941, Alemania debe empezar la ofensiva contra la Unión Soviética».

¡Asombrosa exactitud! ¡Se equivocó en sólo dos meses, cuando escribía en 1939! Después sigue el análisis de las conversaciones de los colaboradores de Stalin con las delegaciones de Inglaterra y Francia en el verano de 1939 y que han sido objeto de estudios recientes por historiadores occidentales:

«Es evidente que los dirigentes soviéticos se han persuadido de que los aliados están mal preparados para una guerra a gran escala. Una Alemania completamente militarizada es un enemigo temible. Comprar su condescendencia sólo es posible tomando parte en sus planes. Es esto último lo que ha determinado la decisión de Stalin». No había sitio, pues, para ningún tipo de coalición anti-alemana en la estrategia de Moscú en 1939.

Vemos así que Trotsky es extraordinariamente preciso e intuitivo al identificar el mal -esto es, los planes de Hitler y de Stalin. Sin embargo, se vuelve completamente ciego cuando ofrece alternativas a ese mal. Y es que su única alternativa a ese mal era la revolución. Ese velo de la revolución le hace ver una revolución inminente ahí donde no la había ni la habrá.

«El derrocamiento de Hitler es impensable sin una revolución. El triunfo de la revolución en Alemania, además, provocaría la exaltación revolucionaria entre las masas populares en la URSS y haría imposible la subsistencia de la tiranía moscovita», escribía Trotsky en el mismo número del Boletín de la Oposición el 2 de septiembre de 1939.

Se puede decir que Trotsky tuvo la suerte de no vivir hasta 1945, de modo que se ahorró la contemplación de su venerado «obrero revolucionario alemán» luchando hasta su último aliento para defender a Hitler (o hundiendo desde sus submarinos buques cargados de otros obreros, incluso después de firmada la capitulación).

Trotsky creía que, en el siglo de la radio y de la alfabetización universal, las dictaduras caerían por el acceso general a la información. Pero aquí también el «velo de la revolución» le impedía ver la realidad: de hecho, él mismo había creado en los años 1917-1924 un sistema que amenazaba con la cárcel la utilización no autorizada de receptores de onda corta.

Y la era de Internet ha demostrado otra verdad: que lo importante no es la posibilidad de acceder a la información; lo importante es cómo la puede interpretar el que la lee. Si el individuo tiene mentalidad de esclavo, será capaz de convertir cualquier libertad en todo lo contrario.