Historia del pensamiento eslavófilo y occidentalista en Rusia
Fuente: Ria Novosti

En los años 40-50 del siglo XIX aparecieron en la sociedad rusa y en la Historia del pensamiento filosófico dos corrientes distintas: los eslavófilos y los occidentalistas.

Los eslavófilos comenzaron a hablar de «la especificidad rusa», mientras que los occidentalistas insistían en la necesidad de que Rusia siguiera el camino de la civilización occidental, sobre todo en lo que respecta a la organización social, a la participación política y a la cultura.

El primero en utilizar el término «eslavófilo» fue el poeta Konstantín Bátiushkov, que con este adjetivo caracterizaba irónicamente a un cierto tipo social de la época. El término «occidentalismo» aparece por vez primera en la cultura rusa en los años 40 del siglo XIX, en concreto en las Memorias de Iván Panáev; y se convirtió en moneda corriente tras la ruptura de Axákov con Belínsky en 1840.

El pensamiento eslavófilo parte en primer lugar de la obra del Archimandrita Gavriil (Vasili Voskresénsky). Su obra Filosofía Rusa, publicada en Kazán en 1840, se convirtió en una suerte de barómetro de la naciente corriente eslavófila. Las ideas de los eslavófilos se fueron concretando después de la polémica suscitada por la publicación de la Carta Filosófica de Chaadáev.

Los eslavófilos defendían que Rusia había de seguir un curso de desarrollo histórico propio, radicalmente distinto del de la Europa Occidental. Los fundamentos de esta especificidad rusa había que buscarlos, en opinión de los eslavófilos, en la ausencia de enfrentamientos de clase en la Historia rusa, en las formas comunales de propiedad de la tierra y en los principios de la fe ortodoxa como única verdadera dentro de las iglesias cristianas.

A la hora de definir los rasgos del movimiento, tuvieron gran influencia literatos, poetas y hombres de ciencias como Jomiakov, Kiriévsky, Axákov y Samarin. Entre los eslavófilos se contaban nombres como Kóshelev, Valñuev, Chizhov, Beliáev, Hilferding, Lamansky y Cherkassky. Se consideran también cercanos a los eslavófilos, por sus ideas sociales, a los escritores Dal, Ostrovsky, Grigoriev, Tiútchev y Yazýkov.

Debieron mucho también a las ideas de los eslavófilos historiadores y lingüistas como Busláev, Bodiansky y Grigoróvich. El centro neurálgico de los eslavófilos en la década de 1840 era Moscú. Allí se reunían en los salones de los Elaguin, de los Sverbeev y de los Pávlov, y allí era donde polemizaban con los occidentalistas. Las obras de los eslavófilos estuvieron sometidas a censura; algunos de ellos estaban bajo vigilancia policial y llegaron a ser arrestados.

En gran medida debido a la censura los eslavófilos carecieron durante mucho tiempo de una publicación periódica que les representara; sus ideas aparecían fundamentalmente en la revista Moskvitianin. Al final de los años 50, gracias a un cierto relajamiento de la censura, empezaron a publicar las revistas Russkaya Beseda y Selskoye Blagoustroistvo y los periódicos Molva y Parus.

En lo que se refiere a la cuestión del desarrollo histórico de Rusia, los eslavófilos se declaraban en contra de la adopción de las formas políticas europeo-occidentales, tal y como preconizaban los occidentalistas. Al mismo tiempo consideraban imprescindible el desarrollo del comercio y de la industria, del sistema bancario y de las sociedades por acciones, la construcción de vías férreas y la introducción de maquinaria en el campo.

Los eslavófilos eran partidarios de que el Gobierno aboliera la servidumbre y de que concediera tierras a las comunidades campesinas. Las ideas filosóficas de los eslavófilos fueron elaboradas principalmente por Jomiakov y por Kireevsky y, posteriormente, por Samarin y eran una peculiar combinación de enseñanzas religiosas y filosóficas.

La fe verdadera, llegada a la Rusia antigua a través de la iglesia oriental, era para los eslavófilos uno de los determinantes de la misión histórica del pueblo ruso. Los eslavófilos veían en la sociedad rusa el principio de la comunidad (sobornost o comunidad libre), que caracteriza a la iglesia oriental. La fe ortodoxa y las tradiciones de vida comunitaria eran las fuentes originales que habían conformado el alma rusa.

Idealizando la sociedad patriarcal y los principios del tradicionalismo, los eslavófilos tenían una idea del pueblo heredada del romanticismo conservador. Al mismo tiempo, los eslavófilos llamaban a los intelectuales a acercarse al pueblo llano, a estudiar su vida y costumbres, su cultura y su lengua.

Diversas corrientes de pensamiento filosófico-religioso a finales del siglo XIX y principios del XX (Soloviov, Berdiáev, Bulgákov, Karsavin, Florensky, etc.) continuaron la tradición eslavófila.

Los occidentalistas constituyen una corriente de pensamiento anti-feudal de los años 40 del siglo XIX contrapuesta a la de los eslavófilos. La base organizativa original de los occidentalistas eran los salones literarios de Moscú. Estas discusiones ideológicas en los salones moscovitas están reflejados en la obra de Herzen «El pasado y las meditaciones».

En el círculo moscovita de occidentalistas participaban Herzen, Granovsky, Ogarióv, Botkin, Ketcher, Korsh, Kavelin, etc. En estrecho contacto con este grupo estaba desde Peterburgo Belinsky. Y se considera también occidentalista a Turguenev.

La ideología de los occidentalistas abogaba por la abolición de la servidumbre y del resto de instituciones feudales en la economía, en la política y en la cultura e incluía la demanda de reformas sociales y económicas de acuerdo con el modelo occidental.

Los occidentalistas consideraban posible el establecimiento de un régimen de democracia burguesa de forma pacífica; confiaban en cambiar la opinión pública por medio de la educación y la propaganda y obligar a la Monarquía a adoptar las reformas burguesas; tenían en muy alta estima las reformas de Pedro I.

Los occidentalistas veían la salida del atraso social y económico de Rusia no en la potenciación de los elementos originales de la cultura rusa (como opinaban los eslavófilos) sino en aprovechar la experiencia del Occidente avanzado. Ponían el acento no en las diferencias entre Rusia y Occidente, sino en su destino -histórico y cultural- común.

A mediados de la década de 1840 los occidentalistas se dividieron en dos campos después de la disputa entre Herzen y Granovsky: los liberales (Annenkov, Granovsky, Kavelin, etc.) y los demócratas revolucionarios (Herzen, Ogarióv, Belinsky).

Las diferencias entre estas dos tendencias tenían que ver con la religión (Granovsky y Korsh defendían el dogma de la inmortalidad del alma, mientras los demócratas y Botkin tendían a situarse en posiciones cercanas al materialismo y el ateísmo) y con los métodos de reforma y qué instituciones tendría Rusia después de esas reformas (los demócratas estaban por la lucha revolucionaria y la construcción del socialismo).

Estas divergencias eran frecuentemente llevadas también a la esfera de la estética y de la filosofía.

En sus búsquedas filosóficas se nota la influencia -en distintas etapas- de Schiller, Hegel, Schelling; y, posteriormente, de Feuerbach, Comte y Saint-Simon.

Después de la abolición de la servidumbre, en la época del desarrollo capitalista de Rusia, la corriente occidentalista dejó de existir como tal.

Las ideas de los occidentalistas encontraron desarrollo en el pensamiento ruso liberal de finales del siglo XIX y principios del XX.

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