¡Muevan la cabeza!
Por: Alberto Pinzón Sánchez

Fue en el Manizales de armiño de 1974, donde a los pocos días de haber llegado a estudiar, escuché este cuento de tangos: Bautista y Carlo Arturo, mis primeros amigos manizalitas, me llevaron a un cafetín oscuro y rojizo situado una cuadra detrás de la mole de cemento de la catedral arzobispal, en donde según ellos y como una reminiscencia exótica, talvez excepcional, se bailaba tango mejor incluso que en los boliches de Buenos Aires.

Al cruzar la puerta del cuchitril; nos recibió el aviso “Tango que no tengamos no existe” escrito con soberbia paisa y con malas letras sobre una pared blancuzca alumbrada con débiles luces rojizas, mientras en el interior del salón, en una humareda angustiosa e irrespirable de cigarrillos y tufo de aguardiente cristal, varias parejas disfrazadas de “compadritos porteños” a medio emborrachar, tiraban pasos ceremoniosos, tratando de imitar la voluptuosidad rítmica de la danza argentina.

Mientras nos sentábamos, los versos finales “déjeme no más que muera , que yo no soy delator” y la melodía final de ese tango malevo que impregnaban el ambiente, me hicieron creíble la anécdota: Un cosechero de café, paisa de carriel y barbera adicto al tango, no hacía mucho se había enfrentado a puñaladas, en un duelo a muerte, con un “bacán” talvez maleante de Medellín, y como es lo usual en estas historias antioqueñas, cuya única y suprema lógica es la solución de cualquier problema (por simple y baladí que sea) con la muerte, ambos se habían herido mortalmente.

El paisa aún blandiendo su barbera con una profunda herida de puñal en el pecho respiraba difícilmente tendido en un charco de sangre. Enfrente tambaleándose, el bacán palpándose la garganta de donde escurría un hilillo de sangre; en su dialecto le dijo triunfal al caído. ” ?Si ves que no me hicites nada?” A lo que el agonizante con la poca voz que le quedaba, le había respondido desde el piso: “¿No? Entonces mové la cabeza”.

Con el mismo espíritu triunfal ( pero engañado) del malevo de Medellín, los ruiseñores de Uribe Vélez han cantado siempre su espectacular victoria, insistiendo con obstinación de mafiosos en la inteligencia superior que cambió a Colombia. Solo que ahora sus bellos y embaucadores trinos han sido amplificados con otras voces unidas al coro, de varios columnistas de la gran prensa pertenecientes a la “Izquierda Cooptada” y a la oposición dialogante.

Tuertos intelectuales que solamente ven en sus análisis un único lado del conflicto armado colombiano. “Solipsistas” como los llamó Gramsci, que se rehúsan testarudamente a examinarse la realidad de su propia garganta y los daños irreparables sufridos por el Estado colombiano y sus “Instituciones”, tanto políticas, jurídicas, diplomáticas, morales y hasta económicas; causados por el largo, triste y degradante conflicto social armado colombiano, en especial durante los últimos 8 años del gobierno de Uribe Vélez. Solo ven con un ojo, los golpes dados a las FARC, pero cuidándose con mala intensión de analizar los autogolpes demoledores que se han propinado y el desgaste sufrido en su búsqueda fanática e irracional del exterminio y derrota de la Insurgencia.

Sin embargo un Juez del Ecuador le acaba de recordar amargamente al nuevo presidente de Colombia, poco antes de su posesión, que su “orgullo” de haber ordenado el crimen internacional de bombardear un país soberano para golpear a las FARC, le va a costar la extradición a ese país.

Y mientras la comunidad internacional se horroriza ante la gran Fosa Común construida por el heroico ejército de Colombia en la Macarena, y el MERCOSUR apoya categóricamente la solicitud de UNASUR para buscarle una Solución Política al conflicto social armado de Colombia como punto de partida básico en el arreglo de los problemas entre Colombia con sus vecinos. Los ruiseñores con la garganta entrecortada por “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”, escriben bellas parrafadas de cómo la cacería triunfal de 8 .000 soldados y policías con sus inteligencias, han envejecido al Comandante Alfonso Cano. Claro que ocultando los estragos en la cara, los cabellos y sobre todo en los ojos (¡los ojos!) de su superhombre Uribe Vélez. O la ira contenida en el espasmo de la quijada del general Padilla de León, contraída por la fugacidad de su anuncio final y por la despedida dolorosa de ser otro general más, que definitivamente tampoco pudo.

Evoco también ahora, la frase de Simón Bolívar en los días aciagos de su viaje sin regreso a la casona de Sanpedro alejandrino, con su cuerpo destrozado por la enfermedad y los venenos a los que lo sometieron pero con su voluntad intacta, insistiendo en su proyecto anfictiónico de corregir al Casandro Santander “empezando otra vez por el camino recto”, y mientras jugaba ajedrez en Cartagena con fray Sebastian de Sigüenza le dijo: “! Padre, el que desayuna con la Soberbia, cena con la Vergüenza”.