Un niño mimado de la CIA
Gustavo Robreño
En su larga y ensangrentada historia de espionaje, subversión, terrorismo e intervenciones de todo tipo en los asuntos internos de países y gobiernos que no se sometan a los intereses imperiales, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos ha desarrollado desde hace más de medio siglo una vasta red de agentes y colaboradores que -con diferentes tareas y misiones- tributan a la siniestra central y reciben a cambio sus favores y pagos.
Los años de la llamada “guerra fría” parecieron ser los de mayor auge para el crecimiento hasta niveles increíbles de una entidad de tal naturaleza, que llegó a auspiciar -según se demostró en el propio Senado norteamericano- atentados personales contra la vida de Jefes de Estado extranjeros que no eran de su agrado o conveniencia, como en el caso de Fidel, contra el que elaboraron cientos de planes frustrados.
Bajo el régimen de Bush y los suyos, la CIA ha retornado a los primeros planos de la ilegalidad y el crimen, esta vez por su relación con las torturas oficializadas, las cárceles secretas y el trasiego clandestino de prisioneros, así como los constantes escándalos dentro de sus estructuras internas, rivalidades e intrigas y la fabricación de mentiras como las supuestas “armas de destrucción masiva” de Saddam Hussein, cuyas sangrientas consecuencias aún paga el mundo, incluido el pueblo de Estados Unidos.
Y aunque tiene agentes de menor cuantía que generalmente pagan los platos rotos de los más notorios fracasos, la CIA tiene también sus “niños mimados” asociados a los proyectos priorizados por el cuartel general de Langley, quienes resultan beneficiarios preferentes en cuanto a las ganancias financieras y privilegios que les facilita la “organización”. Uno de ellos, desde hace casi cinco décadas, es el titulado Dalai Lama, que usurpando la condición de “jefe espiritual” de los budistas del Tíbet ha sido utilizado a partir de entonces como instrumento para promover la secesión de ese territorio chino.
El caso del Tíbet es de máximo interés para la CIA y le ha dedicado sostenidos esfuerzos y recursos dentro de los planes históricamente elaborados contra la República Popular China desde que esta nación obtuvo su liberación definitiva del colonialismo y el imperialismo, iniciando la construcción socialista. Los planes de la CIA contra China, evidentemente, están lejos de haber caducado, más bien pudiera afirmarse que se han incrementado, como consecuencia del impetuoso desarrollo económico chino y el ascenso vertiginoso de ese inmenso país -antaño explotado, humillado y saqueado- a planos superiores, como un factor decisivo dentro de la economía y la política mundiales.
Bien pocos son los recursos, prácticamente ninguno, que le quedan al imperialismo y al capitalismo mundial (y a la CIA) para utilizar contra China. En su desesperación e impotencia meten mano al “niño mimado” Dalai Lama, que había pasado a la reserva, para tejer alrededor de él un apresurado complot, intentando restar lucidez a la celebración de las Olimpiadas Mundiales en Pekín.
Extraído del basurero de la historia, donde languidece en compañía de otros “niños mimados” de la CIA, como el checo Vaclav Havel y el polaco Lech Walesa, el Dalai es llevado a Washington con la intención de convertirlo en eje de un periplo antichino condenado por su ridiculez y por la realidad pujante que muestra la región del Tíbet dentro de la China de hoy.
Tras el alboroto repentino, volverá el Dalai a dar con sus huesos al reservorio de la CIA, donde lo mantendrán hasta que las condiciones aconsejen extraerlo de nuevo para formar parte de otro frustrado carnaval antichino. Es su destino como “niño mimado”.