DE CÓMO EL DINERO ASALTÓ AL PODER
Jorge Gómez Barata


Visiones alternativas aparte, fieles a la ideología liberal, el pensamiento más avanzado de su tiempo, los hombres que condujeron la revolución norteamericana de 1776, fundaron la primera república moderna y gobernaron al país en los cincuenta años siguientes, creían en la democracia y querían lo mejor para su pueblo. El proceso de cómo la oligarquía capitalista prevaleció sobre ellos y se apoderó del poder es parte de la historia del imperio americano.

Es curioso como la ideología, convenientemente manipulada, es capaz de instalar en la conciencia social mitos y espejismos capaces de deformar la historia y confundir a la población de los Estados Unidos, el país más avanzado y poderoso de la tierra, incluso a sus élites políticas, empresariales, académicas e intelectuales. Ninguna anécdota es más reveladora que la historia del manejo del dinero.

Los redactores de la Constitución norteamericana fueron los mismos líderes históricos que condujeron al país los cincuenta años siguientes y que tuvieron todas las oportunidades para enmendar sus errores, corregir omisiones o esclarecer ambigüedades, cosa que hicieron en más de una docena de ocasiones mediante sucesivas Enmiendas a la Constitución. Sin embargo, nunca sintieron la necesidad de modificar la Sección 8 que, estableció que “acuñar la moneda y determinar su valor” es una facultad del Congreso.

Aquellos hombres que unieron 13 comunidades para crear un país estuvieron siempre apegados al federalismo y evitaron conceder excesivos poderes al gobierno, algunos como Washington advirtieron acerca del peligro de los partidos políticos y hasta 1913, durante 137 años lograron impedir que la oligarquía bancaria se apoderara de las finanzas del país e impusiera un Banco Central con capacidad para crear dinero, ponerle precio y prestarlo, incluso al gobierno.

Para algunos historiadores y analistas, el cambio de política que condujo a la fundación de la Reserva Federal se debió a una maniobra electorera, frecuente en la política norteamericana mediante la cual Woodrow Wilson, entonces candidato del partido Demócrata a las elecciones de 1912, llegó un arreglo con la oligarquía bancaria que lo apoyó financiera y políticamente a cambio de facilidades para la creación del Banco Central.

El terreno para semejante operación fue preparado por una de las recurrentes crisis del sistema bancario, esta vez la de 1907 que originó un pánico que fue desencadenada por un rumor echado a rodar por la banca de John Pierpont Morgan que hizo creer a ahorristas y empresarios que un importante banco de Nueva York, centro financiero del país, había quebrado.

En aquella coyuntura, bajo el gobierno de Teodoro Roosevelt, el Congreso acordó crear una Comisión Monetaria Nacional encargada de estudiar el modo de prever semejantes contingencias, para presidir la Comisión se designó al senado Nelson Aldrich.

En 1910, en mencionado Senador, también ligado a la banca, en la isla Jekyl, organizó un conclave secreto con representantes de los siete mayores bancos norteamericanos y, a solas, lejos de la prensa y a espaldas de la opinión pública, redactaron el proyecto de lo que sería la Ley de la Reserva Federal aprobado en 1913 bajo el gobierno de Woodrow Wilson.

Lo que en aquella isla se cocinó fue la creación del Sistema de Reserva federal, integrado por 12 bancos nacionales privados, a su vez propietarios de decenas de bancos estatales a quienes por ley se dio la potestad de “crear dinero” virtualmente de la nada, sin ninguna otra garantía que la confianza de que existe “algo” que respalda esa moneda.

La gran prensa, los políticos y los barones de las finanzas, artífices de una especie de misticismo, han logrado que ante una crisis como la actual, que puede alterar profundamente sus vidas e influir sobre su destino y más allá de ellos sobre la especie e incluso sobre el planeta, la opinión pública mire hacía la Reserva Federal con la misma devoción conque los salvajes del paleolítico suplicaban a sus dioses de barro.

La mayoría de los estadounidense ignoran que la Reserva Federal no puede hacer nada por la economía norteamericana excepto inyectarle y retirar dinero de la circulación que fue lo que mejor supo hacer Alan Greenspan que obró el milagro de monetarizar las deudas pagando gastos y consumos reales con dinero ficticio.

Los norteamericanos ignoran que, por cada dólar que manejan, ganan, pagan o ingresan en sus cuentas, sin son ni ton, deben pagar intereses a la Reserva Federal. Para que no se percaten, la operación se realiza indirectamente: el gobierno cobra impuestos sobre la renta y, con ese dinero paga a la Reserva Federal los intereses por la moneda en circulación.

Es probable que Estados Unidos, por la clásica milla la mayor economía del planeta, pueda salir de la presente crisis como ha salido de otras. En cualquier caso no será gracias a la Reserva Federal, sino a pesar de ella.